Primer Día de Escuela

Primer día de escuela, él no quería salir de casa, pero su madre, a duras penas, le consiguió acercar a la puerta del colegio, y mi primera vista fue ver un grupo numeroso de niño jugando en el patio, un patio con manchas de arena y hierba; unos echando un partido de futbol unos, otros jugando a los peones. Y en medio de aquel barullo, su madre le acercó a un señor, que luego vio que era su maestro; y allá fue que sintió solo, muy solo, y a pesar de encontrarme en ese enorme gentío para mí; Muerto de miedo, temblaban las piernas, era la primera vez que iba, era la primera vez que estaba entre tantos niños, y cierta zozobra me sacudía.

Seguidamente que marchara mi madre, todos los profesores y la chavalería se pusieron en formación militar, alineados por los distintos cursos que había en la escuela, y también los niños y las niñas separados, y todos procedimos a cantar un himno llamado “Cara al Sol”, y eso no hizo más que aumentar mi desazón.

Y es así, que yo, Paquillo, muerto de miedo, vio acercarse a varios chiquillos, y trataron de llevaron en volandas hacia el patio, pero el preso del pavor, me parapeté en la pared de la escuela; mientras que observaba como ellos reían, saltaban, corrían, se golpeaban, y quedo hechizado por esa desenvoltura, aunque lo veía como un enredo.

Acostumbrando a vivir en las afueras del pueblo, donde vivía en una tenada, con mis padres y cuatro hermanos, y de cuando venían sus abuelos a visitarlos en los domingos, en que si hacia buen tiempo, comían al aire libre. Por eso le era extraño ese bullicio, que le daba desasosiego, aquello no era el ruido de las voces de sus padres, era otro sonido, más fuerte, más intenso, y por ello quedo asordado para evitar dicho ruido.

Había niños con el pelo rubio, pelirrojo, incluso un albino, y algunos gordos también había, y dos mellizos se me acercaron (luego supo que era los hermanos Zúñiga), cuando sonó la campana, y me dieron la mano para acercarle a clase, y conduciéndome clase de primaria, remiso al comienzo, pero viendo que todos vaciaban el patio, no tuve ya los reparos iniciales.

Al entrar en el salón de la clase, me quede pálido, ruborizado, al ver las mesas de madera y sus tinteros, y al fondo el crucifijo y el retrato de un señor ( ya le dijeron que se llamaba Franco); y en ese instante me sobresalte, al quedarse todos en silencio, y ver entrar por la puerta un señor, que llevaba un libro y una vara de enebro, y allá quede solo, en la parte delante del salón, solo, atribulado, muy solo, al marchar los demás a su respectivo pupitre.

Ese silencio tremendo, esos niños en pie, esa mirada del señor, y sentí que el mundo venía abajo, viendo el grupo de niños, las paredes amarillas, la estufa de leña, todos con la cabeza bien erguida, el ruido de los asientos al golpear con el dorso del pupitre; quise llorar, pero no pude, y vi la mirada cómplice del profesor, que me tomo de la mano y le llevo al hueco vacío de uno de los pupitres, y se oyó en ese instante el chasquido de los cuadernos, libros y lapiceros. Es así que el profesor me pregunto por mi nombre y le dije “Señor me llamo Francisco Porras”, con voz temblorosa, y el profesor le dijo “muy bien Paco”, pero para sus compañeros de clase sería Paquillo.

A renglón seguido, el profesor, regreso a su pupitre, elevado en una tarima, que servía para vigilar al tiempo a todos sus alumnos, y con una voz imperativa dijo “¡Siéntense!”, y una agitación ensordecedora de asientos se produjo al sentarse todos los niños.

El compañero de pupitre ya tenía en un hueco debajo del pupitre los libros, su cuaderno de caligrafía, su goma de borrar y dos lapiceros, sobre la mesa del pupitre sólo un cuaderno, lapicero y libro; acto seguido el chaval le puso sus cosas, según él las tenía, y le dijo como saludo “yo soy tocayo tuyo, me llamo Paco”, e hizo un intento de entablar conversación, pero me molesto esa actitud, y se preguntaba: ¿Por qué eran así? Y yo ¿por qué tenía tanto miedo? Miraba de reojo al profesor, y me decía hacia mis adentros, cuál era el motivo por el que eran tan habladores, tan sonrientes, y no tenía miedo al colegio. De cuando en cuando se oían voces de procedentes de otros salones de la escuela, y se oía el paso de algunos carros y coches que, y lo único que se atrevió a decirle fue que cuando nos volveríamos a casa de nuevo, él me dijo que a la una y media, y luego tendríamos que volver a las tres para salir a las cinco.; y me dije “¡Dios mío!, todo el día aquí”, y mi tocayo me dijo “¿está lejos tu casa?”, “a las afueras afueras”, le respondí. Aún no se había acostumbrado al nuevo pueblo, era su primera vez.

De afuera del salón sonaron unos pasos corriendo, y allá apareció Humberto, el hijo de Remigio, el dueño de las tierras y la tenada, donde vivía nuestra familia, y fue precisamente la madre de Humberto la que hizo todo lo posible para entrar tardío en la escuela, para que hiciese de compañía a su hijo; y es que a mí no me tocaba ir a la escuela hasta el año siguiente, nos llevábamos sólo unos meses, y eso fue lo que me disgusto, se acabaron mis correrías por el río y por el bosque, haciendo mis diabluras. Y ya desde ese momento tenía que seguir las instrucciones marcadas por la Señora, que era recogerle e ir juntos los dos a la escuela.

El profesor, al ver a Humberto, le dijo: “¿Hoy otra vez tarde?”, y el chaval le respondió con desparpajo “me quede dormido”, y el profesor le advirtió “que sea la última vez y siéntese”.

El hijo del dueño dela finca, en un gesto altanero, señalándome, me dijo “me tienes que acompañar a mi pupitre”, y mi tocayo le replico “el profesor le ha mandado conmigo”; y un gesto tan arrogante, tan propio de él, le soltó “a ti que te importa palurdo”, “vente aquí conmigo” me dijo.

Ante tal situación de escandalera, el profesor se levantó de su pupitre y acercándose dijo

- ¡Vamos a ver! ¡Silencio! ¿Qué pasa ahí?

Y Paco le respondió

- Humberto se quiere lleva a Paco a su pupitre

Humberto le dijo al profesor:

- -Sí, señor, porque Paco es mi criado, por eso.

El profesor lo sabía esto perfectamente y le dijo a Humberto:

- Muy bien. Pero yo he sido quien le ha colocado, para que atienda mejor las explicaciones, así que déjelo en paz.

Todos los alumnos miraban en silencio al profesor, a Humberto y a Paquillo, y es que este no cejaba en su voluntad de llévame a su pupitre, y repetía constantemente, “me lo llevo, me lo llevo”. Y en esa desazón, otra vez el temblor de piernas, ya me dejaron de asustar los compañeros de colegio, ahora al que tenía el miedo se trasladó al hijo del dueño, a Humberto, al que tenía mucho miedo, ya que era la única persona que se atrevía a turbar mis correrías por el campo.; pero al cabo de un ratito corto se quedó en el pupitre junto a Paco, a pesar de la pataleta de Humberto.

De nuevo se oyeron pasos en el patio y otro alumno, Antonio -hijo de un albañil- apareció a la puerta del salón. El profesor le dijo:

- ¿Por qué llega usted tarde?

- Porque tuve que comprar pan para desayunar mis hermanos y yo.

- ¿Y por qué no fue usted más temprano?

- Mi padre salió al trabajo, mi madre no se puede levantar de la cama, y yo tuve que hacer el aseo de mi hermano pequeño.

De todas las maneras el profesor le indico el rincón junto a la pizarra, y le dijo “debe quedarse una hora de espaldas junto a la pared”, y eso embronco a Paco que le afeo al profesor que a Humberto no le castigara, habiendo llegado tarde, a lo que el profesor le dijo “Cállese, deje de hacer bulla”.

Enseguida me dijo “no lo castiga por ser su padre rico, y luego el profesor le da clases particulares”, y es por eso que llega siempre tarde a la escuela, y le pregunto directamente,

- ¿Por qué te dijo que eres su criado?, ¿Vives en su casa?

- No, no, vivo en una estancia de la finca con mi familia, pero los dueños y él siempre pasan por ella, cuando mandan a hacer alguna cosa en la finca.

Y cada vez que podía, desde su pupitre, nos lanzaba miradas retadoras, levantando sus puños, con gestos ostensibles de que quería golpearnos, yo, por evitar daños, hice gesto para ir al pupitre de Humberto, cosa que impidió Paco, “no hagas eso, el profe te castigará por eso”, Y recordaba una por una todas las afrentas que me hacía, delante de su madre, delante de mi madre.

Esos pensamientos terminaron cuando el profesor se dirigió a todos y nos digo

- Vamos a hablar hoy de las estrellas, y después, vamos a hacer todo un ejercicio escrito en una hoja de los cuadernos, y después me los dan para verlos. Quiero ver quién hace mejor ejercicio, para que su nombre aparezca en el libro del colegio como el mejor alumno de primer año.

- ¿Me han oído bien?, les requirió el profesor

Para eso hay que atender bien y hacer bien el ejercicio que voy a poner la pizarra

- ¿Me han entendido bien? Y respondimos al unísono con un sonoro “Siiiiiiiiiiiii”

Los alumnos respondieron en coro:

- Nos ponemos a ello

Se puso a hablar de las estrellas, y como se formaban y como era tan maravillosa verlas, cuando era d e noche, varios de los niños quisieron hablar, pero fue el profesor que era uno de los gemelos, el que hablase de ella.

- Señor –dijo Zúñiga-, al lado del río hay un remanso de arena, y la luz de las estrellas hacía un bello efecto con las aguas del río y la arena

- Pues yo tengo un telescopio en mi balcón (afirmo Humberto), y veo como brillan en la noche; y mi padre me ha dicho que alguna estrellas las pondremos en el árbol de navidad, para que brillen en mi hermoso salón, y brillarán como brillan en el cielo.

Pero.., como lo va a hacer que brillen, las estrellas necesitan estar en el cielo para que brille, le dijo el profesor.

- Mi padre tiene mucho dinero, hará brillar.

Toda la chavalería se echó a reír, más bien se tronchaban de risa, todos sin excepción; todos sin excepción se burlaron de lo que había dicho, y yo armado de valor, en ese preciso momento, fue el propicio, en que dije mis palabras en clase:

Mi madre, una noche, que miraba yo embelesado las estrellas, me dijo un día: “un día tu padre y yo vamos a hacer una escalera tan grande, que vas a poder subir a una estrella”.

El silencio, que se hizo en clase fue instantáneo, no se sintió nada, el profesor y el resto quedaron en silencio, y solo un gesto hosco de Humberto me hizo sentir inquieto, y aprovechando que el señor se volvió de espalda, para escribir en la pizarra, el muy ruin aprovecho la ocasión para darme un colleja, y yo me puse a llorar

- ¿Qué ha pasado?, dijo el profesor para ver que pasaba.

Paco le dijo que Humberto había aprovechado para darme un capón, y altanero negó como San Pedro.

Así que el profesor dio por concluido el incidente.

Yo no me he movido de mi sitio.

- ¡Bueno, bueno!, dijo el profesor-¡Silencio!, ¡Cállese Francisco Porras! ¡Silencio!

Siguió escribiendo en la pizarra; y después preguntó a Humberto:

- Si se le saca del cielo a la estrella, ¿qué sucede con ella?

Se irá a vivir en mi salón, no sabía contestar otra cosa, siempre tenía que hablar de lo ricos que eran sus padres, que ellos siempre le darían todas las cosas, y de lo hermosa que era su casa

Vamos a ver, usted, Francisco Porras –dijo el profesor- ¿Qué pasa con estrella?, pues que la estrella morirá por falta de luz, necesita la luz que hay en el universo para poder vivir, por eso no se las puede bajar a la tierra, dije en medio todavía de mis lloros.

- ¡Eso es! –dijo el profesor-. Muy bien. Volvió a escribir en la pizarra.

Así fue que el altanero Humberto, aprovechando la ocasión, intentó propinarle un puñetazo a Paco, esquivando la embestida ágilmente, y con una actitud distinta a él, alzó para decir:

- ¡Señor! ¡Acaba de intentar pegarme Humberto!

- ¡Sí, señor! ¡Sí, señor! –dijeron los compañeros de clase, todos a la vez.

Colosal escándalo el que se armó, ni las bandadas de pájaros al elevarse desde el río era parecido.

El profesor, para calmar la situación, y hacer saber que era él que mandaba, dijo

- ¡Silencio!

Tremendo silencio inundo la clase, incluso la caída de una hoja se hubiera oído, mirando todos como iba a seguir el profesor el devenir de la clase; y en un ademan impertérrito, y yo para mí, masticaba para mí,

¡Qué cosas tenía Humberto! ¡Ya ven lo engreído que era! ¡Ahora que hará el profesor, que estaba colorado de cólera! ¡Y todo por culpa de Humberto!

- ¿Qué desorden es ése? –preguntó el profesor a Paco Fariña.

Paco Fariña, con los ojos brillantes de rabia, decía:

- Humberto me ha intentado pegar un puñetazo en la cara, sin que yo le hiciera nada.

- ¿Verdad, Humberto?

- No, señor –dijo Humberto -. Yo no le he pegado.

Aturdido el profesor, sin tener que atenerse, pero creo que para salvar su cara, acudió a mí, sabiendo de antemano la respuesta.

- ¿Tú lo has visto lo Porras? –preguntó el profesor a Fariña.

Y hete aquí que me quedo mudo como una piedra, de una parte no podía mentir al profesor, diciendo que Humberto si hizo la embestida, pero de otra parte sabía ya cuál sería la reacción, cuando estuviéramos los dos a solas.

Y Paco, sabiendo que yo me jugaba, elevo su voz y dijo:

Porras no dice nada, señor, porque Humberto le pega, porque es su criado y vive en su casa.

El profesor preguntó a los otros alumnos:

- ¿Quién otro ha visto lo que dice Fariña?

- ¡Yo, señor! ¡Yo, señor! ¡Yo, señor!, respondieron todos.

El profesor volvió a pregunta:

- ¿E s cierto, que le ha pegado usted a Paco?

- ¡No, señor! Yo no le he arremetido.

- Atención con engañar. ¡Un niño no debe mentir!

- No, señor. Yo no le he pegado.

- Por hoy le creo Humberto, y lo dejo ahí, pero tenga mucho cuidado con su comportamiento de hoy en adelante- dijo el profesor, en una solución salomónica, ya que el tampoco podía perder el favor del padre.

Ante eso, mi compañero gruñendo para si, dijo en un tono poco audible.

- No le castigan, porque su papá es rico, pero si lo diré a mis padres

El profeso escucho ese gruñido, e imaginando lo que rumiaba, le dijo, alzando la voz

r le oyó y se plantó enojado delante de

Fariña y le dijo en alta voz:

- ¿Qué está usted diciendo? El hasta ahora ha dado pruebas de ser buen alumno, y yo trato a todos por igual y no permito que nadie diga cosas de alguien que no esté presente, y se pueda defender, y como siga en esa actitud, le reprenderé su conducta, así que se acabó este alboroto.

Los dos quedamos mudos, sabiendo que lo de Humberto era una indignidad, por eso me dijo:

- ¿Por qué no le dijiste al señor que me ha pegado?

- Porque me pega.

- Y, ¿por qué no se lo dices a tu madre?

- Porque si le digo a mi mamá, también me pega y la dueña se enoja con mi madre, afeándola que yo vaya diciendo que su hijo me pega.

Y mientras el profesor escribía, y Humberto seguía a lo suyo, me puse a pensar en mis cosas, y lo difícil que lo tenía para evitar las palizas de Humberto, me debatía en mar de dudas y sinsabores, y yo entonces le pregunte:

- ¿A ti también te pega el niño Humberto?

- ¿A mí? ¡Le doy un puñetazo yo! ¡Vas a ver! ¡Y se lo digo a mis padres!

No podría creer, no creía que alguien podía pegarle al niño del dueño, vendría también el padre y el pegaría a todos, a Paco y a sus padre, el sabía ya que todos los hombres que visitaban al patrón, no hacían más que obedecer a lo que decía el dueño, él podía más que el profesor, ya que él le había visto en casa del dueño como obedecía al señor.

El profesor bajo ese caparazón de seriedad, que tenía en la clase, desparecía cuando estaba en la casa de Remigio, era otro de los que obedecía al dueño, como todos los que trabajaban en la finca y le visitaban a su mansión.

Sabia ya que le iba a pega, fuera del colegio, y que el único reproche sería el de su madre, pero no pasaría más que la misma advertencia: “No, niño. No le pegue usted a Paquillo. No sea tan malo”. Y nada más le diría. Pero Paco tendría colorada la pierna de la patada del niño Humberto. Y me pondría a llorar. Porque al niño Humberto nadie le hacía nada. Y porque el patrón y la patrona le querían mucho al niño Humberto.

Y tenía pena porque el niño Humberto le pegaba mucho. Todos, todos, todos le tenían miedo al niño Humberto y a sus papás. Todos. Todos. Todos. El profesor también, así imagino con miedo también que los dueños pegaran a sus padres.

De este ensimismamiento, aturdido estaba, cuando escuche la voz del profesor.

- ¡Bueno! –dijo el profesor, cesando de escribir-. Ahí está el ejercicio escrito y lo copian en sus cuadernos,

- ¿En nuestros cuadernos? –pregunte tímidamente.

- Sí, en sus cuadernos –le respondió el profesor- ¿Usted sabe escribir un poco?

- Sí, señor, dije con orgullo, mi padre me enseño a hacer cuentas y escribir.

- Muy bien, hagan el ejercicio.

- No corran, es mejor hacerlo con calma –dijo el profesor. Hay que escribir poco a poco, para no equivocarse.

- ¿Es, señor, el ejercicio escrito de los estrellas?

- Todo el mundo a hacer el ejercicio, y cuando terminen al pie del ejercicio dejan su nombre, y arrancan la hoja del cuaderno

Solo se escuchaba el roce del lapicero en el cuaderno, y también el profesor se puso a escribir en su cuaderno, todos salvo Humberto, que se dedicó a dibujar estrellas, de más grandes a más pequeñas, cada una en una fila del cuaderno; y al final de su dibujo puso esta frase “Hay estrellas más poderosas que otras”.

Ya cuando todos terminamos el ejercicio, sonó la campana del recreo, en una rotunda algarabía, y yo temeroso de que Humberto me robara el cuaderno, me lo lleve consigo, estaba orgulloso de lo bien que me había salido el ejercicio.

Mi compañero Paco, me ofreció jugar al futbol, los hermanos Zúñiga a los peones, pero Humberto, en otro de sus gestos, zarandeo a todos, y dijo “este se viene conmigo”, derribándome y cayendo al suelo y mi cuaderno volando se fue, e instintivamente Humberto salió corriendo con él, directo a la clase, y lo metió en el cajón de su pupitre, no si antes decirles y advertirles a los demás:

- ¡Déjanos! ¡No os metáis!, porque Paquillo es mi criado.

Después, volvió al patio a jugar con Paquillo, le arrincono en una esquina del patio, junto a un árbol, y le ordeno que se pusiera la manos en el tronco, y saliendo tu trasero.

- Estate quieto así, no te muevas nunca.

El, cuando estuvo así, pegaba saltos en el aire, y con la pierna por delante, me deba en mis nalgas así una y otra vez, hasta que el resto de sus compañeros de clase se dieron cuenta de ello.

Paco le advirtió:

- ¡No te dejo que saltes sobre Paquillo, no le golpees más!

Humberto le retó amenazándole:

- ¡Oye tú! ¡Oye tú! ¡Te voy a dar un puñetazo¡

Los gemelos Zúñiga le dijeron:

- ¡Dale tú patadas también! ¡Dale tú patadas también! , ¡No seas tonto!, no llores más.

Y yo muerto de miedo, y con mis lloros de siempre, pero la bronca ya a paso a mayores, el ruin Humberto derribo a Paco de un empujón, entonces uno de la segunda (vecino de Paco) dándole un puntapié; y seguidamente otro de la tercera dándole al vecino de Paco, liándose una buena de bofetadas y patadas entre ellos; ¡Menuda se lio!

Sonó la campana y todos los niños volvieron a sus aulas, en medio de un griterío enorme, y los gemelos Zúñiga evitaron que Paco agrediera a Humberto, momento en que entro el profesor y todos callaron.

El profesor miró a todos muy serios y dijo con voz de mando:

- ¡Siéntense!, y de nuevo volvieron sonar el movimiento de los pupitres al sentarnos todos.

Seguidamente el profesor se sentó su pupitre, y fue llamando uno por uno a todos, para que le entregásemos el ejercicio escrito sobre las estrellas, e iba leyéndolas y ponía sus notas en uno de sus libros, así es que fue que Humberto le entrego su escrito, y el profesor lo leyó, me dejo estupefacto que hubiera podido hacer las dos cosas a la vez, hacer el ejercicio y llenar también su cuaderno dibujos, y puso su nota correspondiente. Luego me toco a mi entregar mi ejercicio, pero para mi espanto no estaba la hoja del ejercicio, entonces comprendía la artera maniobra de Humberto, me había quitado la hoja de mi ejercicio y encima como no había puesto mi firma, aprovecho la circunstancia, maldito cobarde era el hijo del dueño de la finca; me sentí derrumbado y el profesor me hizo la siguiente pregunta

- ¿Ha perdido el ejercicio o es que no lo hace usted o no la ha hecho?

Y triste de mí, me quede en silencio, apesadumbrado y sin palabras, además muerto de la vergüenza; y anoto en el libro lo que era mi falta, se me vino el mundo encima. Seguidamente el profesor siguió llamando al resto de alumnos y leyendo los ejercicios; justo en el momento de terminar, entro el Director de la escuela, y de nuevo ajetreo de los pupitres para levantarnos ante la entrada, y me inquieto con que mirada de enojo nos miró y con voz más fuerte que el profesor nos exigió sentarnos.

El Director le preguntó al profesor, en un tono muy militar:

- ¿Ya sabe usted quién es el mejor alumno de su año?

- Sí, señor

- Acaban de hacerlo. La nota más alta la ha obtenido Humberto

Después les dijo con su voz un poco ronca pero enérgica:

- De todos los ejercicios que ustedes han hecho, ahora, el mejor es el de Humberto, y es por ello que debe figurar en el Cuadro de Honor del a escuela.

- Salga afuera Humberto.

Todos los alumnos miraron asombrados a Humberto, y el no paro de pavonearse todo el rato, cuando se puso junto al pupitre.

- Muy bien, lo felicito. Así deben ser los niños. Muy bien.

Se volvió el Director a los demás alumnos y les dijo:

Todos ustedes deben hacer lo mismo que este alumno, todos deben ser buenos y aplicados; al mismo que tiempo que serios formales y buenos. Y si así son, todos al final del año tendrán el justo premio de aparecer en el cuadro de honor, lo espero con sumo agrado.

Todos los alumnos estaban pensativos y miraban a Humberto con admiración. ¡Qué rico Humberto! ¡Qué buen ejercicio ha escrito! ¡Ése sí que era bueno! ¡Era el mejor alumno de todos! ¡Llegando tarde y todo! ¡Y pegándoles a todos!¡Humberto el mejor de todos!

Acto seguido se despidieron Director y el profesor, e hizo una ademan a los alumnos, volviéndonos a levantarnos todos y el profesor volvió a ordenarnos que nos sentáramos, con el ya consabido ruido de los pupitres, ya pensé en ese momento, que ese ruido se quedaría grabado para toda mi vida; al tiempo que ordeno a Humberto que volviera a su pupitre, que siguió pavoneándose ante todos, e hizo una burla a Paco.

Paco me dijo en voz baja:

- Mira está poniendo tu nombre y ahora te va a poner castigo, te vas a quedar mucho tiempo castigado, y te vas a ir sin a casa a comer, ¿Por qué has roto tu cuaderno? ¿Dónde lo pusiste?

- ¡Anda! ¡Contesta! ¿Por qué no contestas? ¿Dónde has dejado tu ejercicio?

Y yo me puse a llorar desconsoladamente, y la reacción de Paco fue inmediata, me ofreció a jugar a las adivinanzas, pero yo seguí llorando, y también por dentro pensé que al menos, por hoy, me habría evitado la paliza de Humberto, luego ya a la tarde me vendría a recoger mi madre y haríamos los dos juntos la compra del día.

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