Sucedió en un McDonald’s

No sé cómo llegue a este final, ni todavía como estas breves líneas, que usted se dispone a leer, de como llegaron a plasmarse en estas hojas virtuales. Quizás al lector de hoy no le interesa más que abrir su Ipad, e ir arrastrando el dedo para circular sobre estos párrafos, escritos al salto de manta, de aquí para allá, sin más delicadeza que raspar mi bolígrafo sobre las servilletas, que ni siquiera he sabido numerar…
Mi vida de escritor siempre había sido zigzagueante, comenzando por esas extrañas plazuelas, de cuatro bancos de piedras, alrededor de una estatua repetitiva de un personaje a lomos de un caballo, en el cual me desnivelaba lentísimamente para moldear mi Palabra. También me congratule cobertizos desmantelados, posado siempre en los iniciales peldaños, donde mi Palabra se iluminaba de lujos perdidos. También cuando me duchaba en el la ribera del Manzanares, y mientras secaba la ropa raída y desvencijada, procuraba siempre el rincón, donde existía un pedrusco chato, cualquiera sitio era bueno para plasmar esa Palabra, que tanto me costaba en estos últimos años…
En mi habitación de un piso viejo y sucio tenía mi hábitat, alquilando una habitación al módico precio de esta ciudad rota que es Madrid, monumento hermoso, pero con grandes pies de barro…En esas condiciones y con una débil luz repasaba las servilletas, entre esos canutazos de música, y que es la misma en cualquier emisora musical a esas horas de la noche….Era mi forma de que la almohada asumiera el dolor de mis sueños.
Cuando iba encontrándome con los primeros días del invierno, siempre recurría a esas cafeterías perdidas, y en el que algunas mesas, luego al mediodía, aprovechaban para dar algunos menús del día. Y desde hace algún tiempo, y no me pregunten el porqué, me sentaba en la mesa más lejana a la vista del dueño, y así no pudiera acceder a aventura al secreto de mi Palabra, y era en esas condiciones cuando ella acudía sin reparo alguno.
Pero la ciudad avanzaba con su habitual frenesí, ahora son los tiempos en que estas cafeterías eran engullidas por entidades bancarías, o bien los nuevos dueños, en aras de la modernidad, postmodernidad, o como me decía uno de mis acompañantes, unos ardientes defensores del mal gusto, de ese gusto unificador tan del gusto de esta sociedad. Esto hacía que mis caminatas se fueran alargando más de lo debido, buscando esos lugares recónditos donde la Palabra acudía fluida.
Cuando esa marcha se hacía pesada, normalmente acudía al refugio de alguna iglesia, y pese a la mala iluminación, y aun con la incomodidad del banco la Palabra acudía, y siempre iba a ser así cuando la lluvia, cualquier tipo de lluvia, caía sobre la ciudad.
Pero esa búsqueda de sitios para que acudiera la Palabra, había concluido en continuos cambios de estilo, así que cuando llegaba la noche, para leer detenidamente lo que había escrito, había conseguido que mi atención se divergiera, despilfarrando la voluntad en leer las servilletas, pero ya la gran mayoría de las veces desistía, ya que la desesperanza se apoderaba más de mi corazón.
Persistentemente enrede mi vida en la tela de araña de las drogas, ahora llevaba unos cuantos años en el cobijo de los chinos; ya había perdido la noción del tiempo, no me quedaba ya memoria para tales cosas, como ustedes imaginan a la droga tampoco le hacía falta la noción del tiempo, todo se resumía en un pequeño detalle sólo necesitaba dinero.
Como su proveedor habitual estaba perdido estos últimos días, o se hacía el huidizo o habría ciado en manos de la madera, ya que según sus propias palabras la pasma hacía tiempo que seguía sus pasos. De esta manera, necesariamente tuve que establecer un nuevo contacto, fue un cambio notable, los lugares de cita con él, ya no sería por las noches, sería por el día, en los baños públicos de un McDonald’s.
Así que desde ese momento empecé a coger la costumbre, de sentarme en uno de las sillas laterales, que daban su vista a la calle, y cerca de la entrada, así podría ver a mi contacto, sobre la que depositaba la bandeja con un vaso de gaseosa, una hamburguesa sin ningún aditamento y las consabidas varitas de papas fritas. Cuando hubo completado el recorrido del cuarto del baño a la mesa, una vez que hubo esnifado la heroína, que llenaba de una paz mi cerebro, y supurando el dolor que los días de abstinencia sin el aditamento de las drogas. Asimismo que suspiro profundamente, y se encontró con la notable paradoja, que se encontró con ánimos de haber comprado un block de notas, que con este contacto el precio era algo inferior, me daba para hacer el lote completo con mi contacto de nuestros encuentros.
Los lugares de citas en el McDonald’s se convirtieron en una nueva rutina, aunque cambiábamos todos los días de lugar, pero también objeto de su reflexión, desde el odio que había sentido de toda la vida hacia esos locales, ahora se habían convertido en su más preciado fetiche, ya que al conjuro de su dosis, la toma de la gaseosa, el ademan de sacar de su bolsillo el block notas, hizo que la Palabra acudiera en tropel, que fuera plasmando toda una vida en ese block, y que no terminara de escribir hasta que el block se hubo agotado.
Por esos días, cambie mis hábitos hacia la droga en esos días, iba a espaciar mis encuentros con ella, era como si una gran dosis era lo que necesitara para desencadenar ese maremágnum, pero luego al leerlo por la noche ese block, me di cuenta que era lo mejor que había escrito en mi vida.
Este cambio de técnica hizo que mi contacto empezara a desconfiar, pasando de la inicial sorpresa, pero mi decisión era irreversible, decidí espaciar mis visitas a la droga, para que la Palabra concurriera a mí, como había acudido a mí esa mañana dichosa.
Una de esas noches, la ventana quedo entreabierta, una pequeña brisa inundo mi habitación, pero ya era más templado, esa brisa era el primer anuncio de una primavera que se iba acercando, esa mañana siguiente acudió a uno de sus lugares favoritos, la plaza pequeña de canteros escuetos, todavía el frío no se había ido, acto seguido subí las solapas de mi chaqueta de algodón, las hojas de mi block de notas se abrían y cerraban al compás de ese vientecillo, pero una ráfaga más fuerte hizo que su block de notas se abalanzara sobre el suelo, y al recogerlo me di cuenta de la enorme lucha que libraban los arboles entre su desnudez invernal y esos primeros brotes verdes.
Un profundo escalofrío recorrió mi cuerpo, lo que me hizo que la realidad entrara de golpe sobre mí, esa mañana. Al sentir el frio y unas ganas de orinar, se dirigió inmediatamente al McDonald’s en que había quedado citado con su contacto, un soplo de aire cálido le dio la bienvenida.
Pidió su consumición habitual, se ubicó como siempre en una mesa pequeña que diera a vistas a la calle, bajando inmediatamente, donde su contacto se encontraba en compañía de otra persona, seguramente otro cliente, pero ni azuce mis orejas para saber qué es lo que estaban hablando entre ellos.
Seguidamente al irse ellos, empecé de nuevo a anotar todas mis ansias, la Palabra hacia descanso sobre mi block de notas, era increíblemente bello, era increíblemente hermoso lo que había escrito, ya me faltaba poco para terminar, la historia había tomado una apuesta definitiva sobre las entrañas de la estética del McDonald’s, era divergente y convergente al mismo tiempo, mis prejuicios fueron barridos por ensalmo, mi Palabra había encontrado su residencia. Es un conjunto disperso de dibujos de los planos de los distintos locales, descripción de ellos, ubicación de los baños, los horarios donde había más o menos gente, relación de nombres ficticios, descripciones varias de personajes, vestimentas habituales. Todo esto era la base del próximo relato.
A la mañana siguiente si sentí la primavera llegar hasta el último rincón de mi corazón, había podido dejar a mi editor los originales, fue de vuelta a casa, para ir en busca de mis compañeros de piso, a los que había prometido que cuando el editor de mi libro me diera un anticipo, iríamos a darnos una buena comida., pero al entrar en un bar, a tomar su cafetito con leche, se encontró con su anterior contacto y sus amigos, al que decidió comprarle algo.
Al día siguiente molido por ese día de juerga, dispuso que su mañana fuera más tranquila, acudió a un McDonald’s, sorbió un pequeño trago de refresco frío, me resulto por primera vez agradable, como era hora de pocos clientes vi que mi contacto entro en el local, en compañía de la misma persona, con que le vi la otra vez. Pero siguió en manos de la Palabra, que aunque vacilante, todavía acudía hacia mí con facilidad. Al beber otro trago ya noto que el refresco no estaba tan helado, sintió ganas de ir al aseo, y de paso le pediría una dosis a mi contacto.
Desde su letrina podía ver su contacto, pero una sombra se escurrió presurosamente sobre la espalda de mi contacto, un tajo de una navaja secciono perfectamente su cuello, causándole la muerte instantánea.
Al subir de nuevo a mi mesa y dar cuenta a los encargados del suceso, observe que mi block de notas había sido manipulado, un sudor frio empapo mi cuerpo, asumí que la frontera entre un libro y la vida era más delgada que la capa del cielo que nos proporciona la vida.

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