Desplazamiento con perturbaciones

No duraderamente uno puede estar al corriente con meridiana claridad, estar al tanto que deseas en esta vida, pero esa mañana tranquila, mi única inquietud fue echar un vistazo en el muro de mi Facebook, una invitación de un contacto a elaborar un listado con la canciones que más me habían gustado en mi vida, y que tipo de sueños, gozos, deseos, ilusiones; pero solo una aspiración había surgido en esa mañana, así que cerré inmediatamente mi portátil, y me dirigí raudo y veloz a la estación de autobuses para recoger mi billete de autobús destino a Granada, decidí tomar un billete de autobús de ida y vuelta, pero era tal el estado de desvanecimiento, que me obligaba tal deseo, que olvide mis innumerables aparatos tecnológicos, que ocupaban mi bolsín de chirimbolos, solo era presa de una angustia, era coger un asiento vacante, para inundar unas espacios de mi existencia sobresaltada; y renunciando a toda realidad con los espacios que me rodean.
¡Oh Dios!, exclame con alivio, al fondo del autobús, estaba una fila vacía, no ocupada por ningún transeúnte, así que le dije al conductor, si podía ocupar alguno de esos asientos, y el sonriéndome me dijo ¡no hay problemas!, acudiendo con un gran fuego interior, junto a la ventanilla, y de mi bolso de chirimbolos, saque esa novela que durante un mes, y ante tal desaliento había tomado tal decisión de tomar un viaje en autobús, sin otra justificación que leer un libro. E hice un rito sin preliminares, pase mis dedos por cada una de sus doscientas páginas limpias aún, y con mi móvil cercano…para justificar una ausencia de la ciudad por unas horas…..
En ese acto egoísta que es la lectura, en ese fascinante cosmos, que vincula el autor conmigo, sólo conmigo, y ya navegando entre las páginas de la novela, cuando un ruido externo entorpeció mi conducta alucinada; ante tal ruido pegue cierto bote sobre mi asiento, lanzando esa risa absurda, que uno suelta cuando realiza un ridículo tremebundo, a lo que el ocupante de otro asiento tartamudeo una disculpa, seguro que por la sorpresa de mi reacción.
Cuando había pasado cuatro páginas nuevas, mi acompañante empezó a cruzar y descruzar varias veces las piernas, era como si el asiento suyo le quemara; mi única obsesión que embargaba mi mente era amarrarme a la novela, pero ya el hechizo del primer momento se había quebrado, cualquier intento de sumergirme en el cosmos de la novela, se rebelaba totalmente inútil. El desasosiego de mi acompañante era como un contagio, como un virus de un ordenador, que todo lo paraliza, cada uno de los movimientos empezaron a tomar cuerpo dentro de mí. Así que se rascaba, así que se enderezara su bigote, el cruce de sus piernas, que si se frotaba las manos, todo lo notaba, todo mi desquiciaba.
En ese acto egoísta que es la lectura, en ese fascinante cosmos, que vincula el autor conmigo, sólo conmigo, y ya navegando entre las páginas de la novela, cuando un ruido externo entorpeció mi conducta alucinada; ante tal ruido pegue cierto bote sobre mi asiento, lanzando esa risa absurda, que uno suelta cuando realiza un ridículo tremebundo, a lo que el ocupante de otro asiento tartamudeo una disculpa, seguro que por la sorpresa de mi reacción.
Así que di por finalizada la lectura del libro, que había sido mi obsesión matutina, y en ese momento, se cruzaron dos miradas violentas, chocaron como dos bolas de fuego, que acrecentó mi aversión por ese desconocido y por lo desconocido de este momento, ya sentía el fulgor de la discordia entre nosotros.
Así que hice actos ímprobos pro cambiar de asientos, pero no hice nada, ya que al levantar la vista, vi que todos iban ocupados, me sobrevino la idea de bajarme, me traía sin cuidado la dirección, sólo quería leer el libro y estar al día siguiente en el centro de trabajo, pero imaginando tal situación comprendía que mi obsesión se había tornado locura, por lo que renuncie a tan estúpida idea…
En ese acto egoísta que es la lectura, en ese fascinante cosmos, que vincula el autor conmigo, sólo conmigo, y ya navegando entre las páginas de la novela, cuando un ruido externo entorpeció mi conducta alucinada; ante tal ruido pegue cierto bote sobre mi asiento, lanzando esa risa absurda, que uno suelta cuando realiza un ridículo tremebundo, a lo que el ocupante de otro asiento tartamudeo una disculpa, seguro que por la sorpresa de mi reacción.
En ese momento lance una mirada vacía al paisaje, por donde surcaba el vehículo, y no me atraía nada ese paisaje manchego, plano y muchas viñas, que se perdían en el horizonte, e iba a lanzar una simple mueca ante esta situación, cuando dicho personaje se envió a mí…
¿Me está usted calificando? ¿Verdad?
De pronto note que estaba inmerso en un banquillo, juzgado por haber juzgado, que me quede recogido, sin poder declamar palabra alguna, solo pude decir esta vacuidad
¿Cómo dice?
Digo que no hay más que mirarle para saber que usted me está juzgando….
¿Pero cómo se atreve usted a decirme que le estoy juzgando? ¿Dígame usted por que iba a juzgarlo?
Pero supongo que los sonidos de mis palabras revelaban mi profunda estupidez, de negar que él había me había quebrantado todo mi afán, todo mi deseo para ese día, y que ello había roto toda mi compostura….
Y ante esa actitud el prosiguió con su andanada verbal….
“No puede ya negar que le ataco los nervios, que mi presencia en esta silla, a su lado, le incomoda, que no lo resultó simpático.”
Y prosiguiendo, me espetó: “Óigame solo pretendo que demuestre usted cierta sinceridad, y fíjese bien en el tenor de mis palabras “cierta sinceridad”
Y así me sentí embarullado en una de las circunstancias más paradójicas de mi vida, había sido atrapado en una tela de araña, en la que yo me veía como el fuerte y él el débil, pero estaba consiguiendo que me fuera tambaleando como un funambulista en el alambre.
¿Y por qué he de ser sincero? Nadie ni usted mismo puede obligarme a ser sincero….
Pero otra vez me equivoque al pensar que con esta frase zanjaría la disputa….
Tiene usted razón- me inquirió de nuevo, sin gota de desaliento-, sólo una nota de decencia, que se tiene o no se tiene dentro de uno mismo, le puede aconsejar a uno ser limpio. Y usted, visto su comportamiento, carece de la menor noción de decencia…
En ese punto mi placidez de disfrutar mi victoria, se postro en enojo y , con el ánimo de zanjar esta sandez de conversación, y zaherirle en su voluntad le espeté …
Muy bien: soy un indecoroso, fingidor, cicatero; un desecho humano, le sigo dando permiso para que me aplique cuantos dictados le sobrevengan en su mente. El inconveniente para usted, es que a usted si le importa mi opinión, a mí me trae sin cuidado lo que usted piense de mí, que si le caigo bien o mal. Lo único que he pretendido, en todo momento, es no tener esta discusión absurda… ¿Me comprende usted?
Una cierta congoja me abonaba mi pensamiento, sabía que había ido muy lejos para zaherirlo, pero al tiempo no quería sentirme culpable, me irritaba profundamente.
Claro que le comprendo, me replicó tranquilamente y fríamente; ya que es usted es los que cree que el mundo gira en torno a usted, mejor dicho, que el mundo debe estar a tus pies; usted que es de los que cree que nadie le debe molestar en su mundo individual. Y le voy a decir con toda sinceridad lo que ha pasado, yo me di cuenta enseguida de que usted que pretendía leer una novela tranquilamente. Así que usted se considera a sí misma, como una persona educada, culta y sensible. Y en esas, entro yo, un hombre que tiene la tiene una particularidad, que soy muy agitado, entonces le molesto, al tenerme que prestar atención, pero claro… no se para un momento en que podía pasarme, sólo soy un obstáculo para su lectura, para su mundo; y, por supuesto, ni la ha interesado salir un momento de su isla, de su cosmos literario, acaso habría podido preguntarme que me ocurría. He sido una pequeña gota de vida real, que perturba, que aturde, que ofusca su vida más trascendental y sublime del cosmos intelectual; y cual molécula usted ha creído conveniente, usted me ha visto como un estorbo, y así no ha vacilado en mostrarme una hostilidad inusitada, me ha querido aplastar con la mirada y la palabra, hacerme sentir inferior y correcto, quizás haya cometido el atrevimiento de no llevar un libro, o llevar un MP3, así usted hubiera creído que hacia alguna actividad superior. Pero no se preocupe usted, ha conseguido su objetivo, me ha hecho sentirme un ser inferior, me siento más destrozado que hace unos minutos; ahora le podría hacer una cháchara sobre lo mal que va la vida, sobre quien soy y a donde voy, ¡ah!, no se preocupe, se lo ahorraré de parte de un ser inferior que ha osado perturbar la paz interior de la lectura de un libro….
Mientras me echo su discursó eché mano de mis lecturas de mis libros, y me construí algo parecido al retrato de Dorian Gray, para edificar un disfraz de insolente frialdad. Pero mis deseos de aplastarle, mis deseos de odio eran tantos como si nos conociéramos de toda la vida, como dos seres humanos son capaces de hacerlo, y estas fueron las últimas palabras que cruzamos en el viaje:
Sus desdichas, honorable, me conciernen un rabanillo. Podría usted sucumbir aquí, sin que estremeciera un índice para auxiliarle.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La leyenda del avestruz

Al calor de las noticias (veinticinco de enero de 2015)

Al calor de las noticias ( diez de julio del 2015)